El hombre llevaba unos vaqueros negros ligeramente desteñidos, un polo azul claro con un prominente logo de una espiral formada por puntos desiguales en el pecho y el nombre de su empresa escrito justo debajo: “Electrónica H&W”. Empuñaba un maletín de herramientas en una mano y un Moleskine en la otra. Mascaba chicle con la boca abierta mientras miraba con cierta sonrisa de condescendencia a Aurora, la que empezaba a sentirse intimidada con su forma de mirarla.
Se encontraban en una enorme cocina reluciente como un sistema binario de soles. Encimeras de mármol, una gigantesca isla central de madera en forma de U, paredes y suelos revestidos de piedra natural y una iluminación bicromática que convertía la habitación en una simbiosis de fulgor y calidez. Los muebles eran de roble antracita de color oscuro, destacaban por la falta de tiradores que producía una armonía total, como si todo el conjunto se fusionara en una sola pieza vigilada por un plasma de cuarenta pulgadas que colgaba en el extremo opuesto de la sala.
- Señora, yo estoy aquí para arreglar electrodomésticos, no para dar clases particulares.
Aurora enrojeció, no estaba dispuesta a dejarse amedrentar por esa piltrafa humana y mucho menos dentro de su propia casa.
- No le he pedido que me enseñe nada, caballero -se atragantó un poco al decir esa palabra-. Solo quiero que deje de dar rodeos y me explique por qué sus electrodomésticos- “que cuestan cada uno su sueldo de un año”, pensó para sí,- hacen cosas raras.
El técnico dejó caer el maletín en el suelo y acto seguido se acarició la frente con su mano recién liberada.
- ¿Se ha leido el manual de uso de los aparatos?
Ella bajó la mirada.
- Mi marido introdujo los manuales en su cartera cuando hizo la compra en su tienda y parece ser que olvidó sacarlos en casa, así que se los ha llevado al trabajo.
El técnico se rascó la cabeza y frunció el ceño.
- Está bien, cuál es su problema.
- Verá, yo anoche puse una lavadora de ropa blanca con el programa completo según he deducido por los símbolos del frontal. Esta mañana al levantarme la ropa no estaba.
El técnico hizo un gesto de decir algo pero Aurora lo interrumpió.
- Sé lo que me va a decir, que alguien lo habrá cogido. Pues no, caballero. Hablé con mi marido por teléfono y me aseguró que el único botín que se llevó de casa fueron los manuales, aunque realmente no era necesaria su palabra ya que mi marido jamás se acerca por la cocina ni aunque le dieran una suma millonaria por ello. Mis hijos vuelven esta tarde de un campamento de tres semanas y Berta, mi ama de casa, me pidió el día libre para algunos temas burocráticos -Aurora se acercó a él y bajó la voz como si alguien más estuviese escuchando-. Ya sabe, papeles de inmigración y esas cosas.
Él asintió como si aceptara que esa era la opción más probable.
- El tema es que obviamente un ladrón no ha entrado en casa para llevarse mi ropa limpia dejando mis joyas bien ordenadas en mis cajones. No, no, no. Lo que me ha confirmado que el problema son sus electrodomésticos ha sido lo que ha pasado con la comida.
- ¿Qué ha pasado con la comida?
- También ha desaparecido.
- Entiendo.
- Véalo usted mismo -dijo ella abriendo la puerta del frigorífico y mostrando todos los compartimentos vacíos-. No hay nada, y le aseguro que ayer estaba a rebosar porque Berta compró montañas de comida para los chicos, son terriblemente voraces.
- De acuerdo, escúcheme, ya sé lo que está ocurriendo aquí -dijo el técnico con convicción.
- ¿Ah sí? -preguntó ella mientras volvía a cerrar la puerta de la nevera.
- Creo que parte de la culpa es nuestra -. Ella hizo una mueca de satisfacción-. Verá, su marido compró los modelos más avanzados que tenemos actualmente, y es costumbre realizar una breve disertación sobre las particularidades de estos aparatos que, mucho me temo, mi compañero no hizo. La tecnología de estas máquinas es la más avanzada que puede usted encontrar en todo el mundo. Lógico es que para ustedes, acostumbrados al funcionamiento clásico de los electrodomésticos y sin haber sido debidamente formados sobre los últimos avances, todo esto sea una conjunción de fenómenos extraños. O quizás su marido sí fue informado y no se lo comentó a usted.
- Bueno, ayer llegó cansado y no estaba muy hablador. Luego, ya sabe, cada uno se va a su habitación...
- Entiendo. Verá, yo soy un simple técnico y no tengo las mismas cualidades ni preparación que mi compañeros de tienda para explicarle de forma sencilla el funcionamiento especial de estas máquinas, aun así, intentaré hacérselo lo más sencillo posible.
La lavadora que ustedes han comprado contiene entre sus mecanismos internos un pequeño acelerador de partículas a una escala muy pequeña. Sin duda, habrá escuchado usted hablar del CERN, instalado cerca de Ginebra para realizar experimentos sobre partículas elementales, antimateria y otras cosas. Ese obviamente es muchísimo más potente, pero el de su lavadora en cuestión simplemente genera pequeñas partículas de antimateria preparadas específicamente para desintegrar las moléculas de agua. Esto permite secar la ropa casi instantáneamente y sin provocar innecesarios aumentos de temperatura que acaban estropeando los tejidos a largo plazo. ¿Comprende lo que le digo?
Aurora estaba completamente anonadada.
- Pero, ¿por qué ha desaparecido mi ropa?
- Usted abrió el tambor, ¿verdad?
- Sí, claro -un halo de culpabilidad recorrió su mente.
- Tuvo la mala suerte de hacerlo justo en el proceso de secado. En el manual se especifica claramente que hay que apagar la lavadora, o en su defecto, esperar hasta que se complete el programa, porque si abre durante el proceso de secado se produce una reacción con el oxígeno del aire que desintegra completamente la ropa.
Aurora se quedó sin palabras. Pensó en las camisas de seda de su marido, en la ropa interior de encaje, en el pañuelo que le había regalado su madre... Suspiró para sí misma pensando en lo torpe que había sido por no haber consultado las instrucciones del aparato antes de usarlo.
- En cuanto al tema de la nevera... -continuó el técnico.
- ¿La comida también se ha desintegrado? -preguntó ella como si la vida le fuera en ello.
- No, exactamente. La nevera usa un sistema único y muy novedoso para mantener fría la comida con el mínimo de energía. Envía cíclicamente la comida a una especie de realidad paralela donde el ambiente gélido es predominante y la vuelve a traer de vuelta. Entre medias simplemente entra en un estado de suspensión para evitar cualquier tipo de gasto energético. La comida se enfría antes, se conserva mejor y la tarifa de luz se reduce considerablemente. El tiempo de estancia en esa otra dimensión, por llamarla así, es configurable. Usted la tiene al máximo, por eso no ha visto la comida, pero no se preocupe, se la reduciré y en unos pocos minutos recuperará todo.
Se sintió ligeramente más aliviada aunque la sensación de que su comida ha estado en otro mundo no le hacía mucha gracia. Mientras él toqueteaba las ruedecitas que ocupaban la parte alta del frigorífico le asaltó una duda.
- ¿Y alguien no puede ir a esa dimensión y robar mi comida?
El técnico soltó una carcajada.
- Para nada, señora. Cualquier ser vivo que viajara allí se congelaría en poco tiempo y no sobreviviría. Le aseguro que robar un cuarto de jamón serrano y unas latas de cerveza no merece la pena el esfuerzo.
Aurora sonrió, el hombre empezaba a caerle bien.
- Hay una cosa más -dijo ella con cierto recelo -. Esta mañana, antes de descubrir la desaparición de mi comida, vertí el café de la cafetera en una taza y la calenté en el microondas. Juro que me ausenté apenas cinco minutos para ir al baño y cuando volví la taza y el café habían desaparecido.
El técnico esbozó una sonrisa.
- ¿Qué programa usó?
- No sé, el que venía por defecto, supongo.
Él le echó una mirada al microondas.
- Ya veo, alguien ha puesto el programa 3 por defecto, seguramente sería usted en un descuido.
- ¿Y qué hace el programa 3?
- Mmm, creo que se lo explicaré con un ejemplo -ella abrió los ojos con incipiente curiosidad-. Imagine que tiene una empanada de carne en la nevera que quiere servir en la cena. Está todo el día fuera, llega cansada de trabajar y muerta de hambre. Ahora tiene que sacar la empanada, meterla en el microondas y esperar diez, quince minutos o los que hagan falta para poder cenar. Pero, ¿y si saca directamente la empanada de la nevera y la deja en el microondas programándolo para que quince minutos antes de arribar usted a casa la empanada empiece a calentarse y esté lista justo a su llegada?
Ella se quedó pensativa.
- En tal caso la empanada pasaría el día metida en el microondas y seguramente se echaría a perder.
- ¡No! Porque lo que hace el programa 3 es enviar la empanada hacia adelante en el tiempo tantas horas como se marque, de modo que el viaje será instantáneo y empezará a calentarse como si acabara de salir de la nevera, porque en realidad ¡así ha sido!
Aurora se sintió turbada.
- ¿Quiere decir que mi taza de café está viajando en el tiempo?
- Eso es.
- ¿Y cuándo aparecerá?
- Pues depende de a qué hora le dio al botón. El programa 3 tiene un retardo de seis horas por defecto.
- Es... sencillamente increíble.
- Lo es, señora, por eso nuestro eslogan es: “Hacemos máquinas que fabrican sueños”.
Ella se quedó mirándolo fijamente. Se sorprendió sintiendo admiración por el hombre que hasta ahora le había parecido un don nadie, sin embargo tenía los conocimientos necesarios para fabricar y reparar maquinarias de tecnologías que hasta hacía unos pocos años sólo se podían imaginar.
- Tengo que continuar mi turno, señora, aunque antes no tengo más remedio que pasarle el cobro por el transporte -dijo el técnico ofreciéndole un pequeño recibo rellenado a mano.
- Sí, por supuesto.
Aurora le pagó en metálico y se negó a tomar el cambio que el hombre insistía en entregarle. Se despidió de él en la puerta con una sonrisa y la mano levantada. Pensó en lo bien que se había portado él al explicarle todo aquello sin ser su trabajo, en el tiempo y paciencia que le había dedicado y en lo atractivo que era después de todo.
Estaba perdida en sus pensamientos con una sonrisa en los labios cuando un ruido le sorprendió de repente, provenía de la cocina. Con un ligero temblor se acercó lentamente intentando que sus zapatos de tacón no llamaran la atención y se asomó por la puerta para mirar el interior.
- ¡Berta! -gritó Aurora- ¿Qué haces aquí? ¿No te habías pedido el día?
- ¡Ay señora Aurora! Qué susto me dio - dijo Berta llevándose la mano al pecho como si le quemara-. No, señora, le dije el jueves, mañana jueves. Hoy vienen los chicos y prefiero dejarlo todo preparado.
- Ah, pues te entendí mal. ¿Acabas de llegar?
- No, señora, llevo desde temprano aquí. Le he planchado la ropa de la lavadora y acabo de llevar toda la comida de la nevera al arcón de la cocina de la residencia de invitados. Estos electrodomésticos nuevos es mejor darles una limpieza a fondo antes de usarlos.
Aurora se quedó petrificada.
- ¿Y has cogido una taza de café que había en el microondas?
- Sí, señora, pensaba que era de ayer y la metí en el lavavajillas.
Aurora se dejó caer sobre uno de los taburetes que acompañaban a la isla central de la cocina mientras dejaba que su mirada se perdiera en el infinito de una realidad lo más lejana a esta posible.
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