sábado, 22 de enero de 2011

Peter Clive, detective: El curioso caso de Benjamín putón (Introducción)

Desperté de pronto. La luz del sol entraba por la ventana y mi cuello me dolía como si hubiera hecho un sesenta y nueve durante toda la noche. Apenas sin abrir los ojos me acaricié el rostro. Lo áspero de mi barba de tres días me quitó el picor de los dedos. Bostecé y recordé dónde estaba, sobre la silla de mi despacho, con el aliento del whisky de anoche y la misma ropa de los últimos cuatro días. Entonces me di cuenta que no estaba solo. Una sombra al extremo de mi cono de visión me observaba pacientemente. Giré la cabeza y la vi. Era alta y guapa, el pelo rubio estaba recogido por un elegante moño y llevaba puesto un abrigo de leopardo de al menos tres mil pavos. La posibilidad de ganar una pasta me espabiló.

- Buenos días, señora...
- Señorita -interrumpió con un halo de inquietud-. Helen Bridge. Usted debe ser el detective Clive.
- Así es, veo que ha leído el cartel del cristal de la puerta.
- Su puerta no tiene ningún cristal. Lo he reconocido por la descripción que me dio el conserje: "un saco de piltrafa sucia y maloliente."


El bueno de Sam siempre tenía palabras amables para mí. No me perdona los cinco meses de alquiler que le debo y el cristal de la puerta que rompí.

- Usted dirá en qué puedo ayudarle, ruego disculpe el desorden, la asistenta se largó con mi último cliente hace meses.

Ella pareció ignorar mi comentario.

- Necesito su ayuda, señor Clive, mi novio, Benjamín, me engaña con dos prostitutas.

Me restregué los ojos con las manos, mi ilusión se había evaporado. Los casos de infidelidades son aburridos y apenas dan dinero. Hay que dedicar mucho tiempo a esperar y seguir a los sujetos hasta que se encuentran con sus amantes, cosa que no siempre ocurre a menudo. A veces sólo se ven una vez a la semana o incluso al mes. Los gastos son irrisorios ya que dedicas la mayor parte del tiempo a observar. Encima son poco interesantes, nada que ver con seguir las pistas para atrapar a un escurridizo asesino o a una persona desaparecida en extrañas circunstancias.

- Son mil pavos más doscientos al día por gastos. -Era arriesgado pedir tanta pasta, pero parecía desesperada y había que aprovecharlo. En otro tiempo ese precio se hubiese quedado corto, mi estado actual no me permitía excederme.

-¿Disculpe? -Lo dijo con tal expresión de asombro que por un momento pensé que yo no la había entendido.

- Si le parece un precio demasiado alto podríamos negociarlo -respondí instintivamente, aunque algo me decía que el dinero no era el problema.

-¿Puedo preguntarle qué es lo que cree que le estoy pidiendo?

En ese momento ella captó toda mi atención, estaba claro que no venía a por el servicio habitual, quería otra cosa. ¿Pero el qué? Lo normal es que ella me contratara para que siguiera a su novio y confirmar si de verdad le ponía los cuernos. Sacar unas fotos y usarlas para sacarle pasta o humillarle públicamente. Aunque entonces recordé que ella no dudaba si le era infiel, lo afirmó rotundamente, y además sabía con quién, con dos prostitutas. A lo mejor ella ya lo había seguido. Entonces ¿qué querría de mí? Esperaba que no me pidiera que lo asesinara a él o a sus amantes, era un delito y mi obligación sería denunciarla a la policía.

-Por su expresión, supongo que no me está pidiendo que siga a su novio y le saque unas fotos con sus amantes.

Ella se echó a reir.

- No. ¡Por Dios! Claro que no. ¿Para qué querría yo tener una desagradables fotos de Benjamín con unas fulanas? Si al menos estuviésemos casados... -su voz se quebró al decirlo.- En cualquier caso, si necesitase a un detective que lo siguiera, contrataría a uno que no estuviese borracho todo el día.

Ese comentario me hubiese dolido si no fuera porque todavía me duraba la trompa del día anterior.

- Entonces, ¿qué demonios quiere usted de mí? -respondí simulando que me había enojado.

Ella, visiblemente nerviosa, metió su mano en el bolso y sacó un sobre. Era obvio que el sobre contenía algo, aparentemente un buen fajo de billetes.

- Dos mil dólares -dijo estirando el brazo hacia mí con el sobre en la mano-. Le doy dos mil dólares por acostarse conmigo.

La trompa se me pasó de repente.

(Continuará)


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