El rodó hacia el otro extremo de la cama y cayó en un proceso de relajación. Con la mano derecha secó suavemente dos gotas de sudor que recorrían su mejilla y miró fijamente el techo blanco y agrietado.
Ella no cambió su posición, puso sus manos debajo de la almohada y miró de reojo el despertador. El brillo verde de los números molestaba a la vista, sobretodo a las cinco y treinta y dos minutos de la madrugada.
-En las películas es el momento en el que ambos se fuman un cigarrillo -dijo ella volviendo la vista hacia el techo.
-Pero esto no es una película -contestó él.
-En cierto modo se parece -se puso de costado de espaldas al despertador-. Hemos tenido que pasar auténticas aventuras para que tú vendieras tu novela y acabáramos juntos los dos.
-Sí, y viviremos felices hasta que nos demos con la puerta en las narices.
-No seas cínico -le puso la mano en la mejilla y le besó.
-Siempre creí que los finales felices sólo se daban en los cuentos y en las novelas.
-Siempre hay algunas excepciones -murmuró ella.
-No las hay, nunca hay finales felices -dijo mirándola fijamente.
-Conozco a gente que con más de ochenta años de vida y más de cincuenta casados se quieren tanto como el primer día.
-Te dicen que se quieren como el primer día, porque teniendo en cuenta lo que les queda de vida les gustaría morirse con esa idea.
-Eso no es cierto -contestó-. ¿Por qué no crees que el amor puede perdurar siempre?
-Porque el amor es como un ser vivo. Nace, crece, envejece y muere. Y hay veces que por accidente muere antes. Puede llegar a vivir mucho tiempo pero nunca indefinidamente.
-Que poco romántico eres -dijo ella poniéndose boca arriba.
-No es cuestión de romanticismo sino de realidad.
-De todos modos hay muchas novelas que acaban mal, como en la vida.
-Sí, yo he escrito algunas de ese tipo -dijo él.
-Luego tanto en la vida como en las novelas hay finales buenos y malos.
El frunció el entrecejo, como si de pronto una idea olvidada hace mucho tiempo volviera de nuevo con todo su esplendor.
-¿Qué pasa? -le preguntó ella.
-Pensaba en lo que acabas de decir. "Tanto en la vida como en las novelas hay finales buenos y malos".
-Sí, qué pasa.
-Imagínate una historia muy realista, que acabara como suele acabar en la vida real.
-No sé muy bien que es lo que quieres decir con eso pero creo que la tengo -dijo ella pensativa.
-Para el personaje de esa historia es algo que no sale de su sentido común.
-No entiendo eso.
-Lo que quiero decir es que no se puede distinguir nuestra realidad de una novela basada en nuestra misma realidad.
-Claro que sí. Nosotros estamos en esta realidad y la otra está escrita en un papel -contestó ella.
-Pero para el personaje de la novela esa realidad es tan real para él como para nosotros es la nuestra.
Ella se incorporó, apoyó su espalda en la cabecera de la cama y cruzó los brazos.
-Me gustaría que me dijeras a dónde quieres llegar.
-Verás, hace tiempo, tendría unos dieciocho años, se me ocurrió una curiosa idea y la escribí en forma de historia corta. Cuando la terminé se la llevé a una amiga que por aquel entonces era una especie de profesora de textos libres que me daba su opinión sobre lo que yo escribía. Recuerdo que se titulaba "El escritor" pero no recuerdo los detalles del argumento.
-No importa, dime más o menos de qué trataba -dijo ella con mucha curiosidad.
-Trataba de un escritor que escribía una historia en la que el protagonista descubría que era el personaje de una historia. Esa idea que él había imprimido en su personaje le fue transmitida a él y empezó a darse cuenta de la tremenda posibilidad de que él también fuera el personaje de una historia, lo que efectivamente era cierto.
-Y si no me equivoco -dijo ella-, para continuar la cadena, ese personaje te ha transmitido a ti que tú eres el personaje de una historia.
-Exactamente -contestó de manera rotunda.
-Pues me parece una estupidez.
-¿Por qué es una estupidez? -preguntó él algo molesto.
-Pues por la sencilla razón de que tu personaje se dio cuenta que lo era sólo porque tú escribiste que se daba cuenta.
-Efectivamente. Yo le he dado la oportunidad de que supiera que es el personaje de una historia. Es un conocimiento que los autores no le dan a sus personajes. Para ellos la vida es real porque el autor no les deja que sepan lo que hay más allá de su realidad.
-Eso está muy bien para tus personajes, pero nosotros somos seres reales.
-¿Cómo puedes asegurarlo? -le preguntó él-. Puede ser que seamos los personajes de una historia y que el autor de la misma no nos dé la oportunidad de saber que lo somos. Como no lo sabemos, para nosotros la vida es tan real como para él la suya.
-Espera un momento -dijo ella intentando frenar el ímpetu de su compañero-. Tú me ves y me oyes -puso su mano sobre la de él-, sientes mi mano ¿verdad? No soy un papel ni tampoco tinta, ni letras, ni palabras. Soy de carne y hueso, ¿cómo voy a ser el personaje de una historia?
-Pues por la sencilla razón de que yo te veo, te oigo y siento tu mano porque alguien ha escrito que eso ocurra así. Y puede que en estos momentos alguien esté leyendo lo que tú y yo estamos diciendo.
Ella lo cogió de las mejillas y lo miró fijamente a los ojos.
-Sabes perfectamente que lo que estás diciendo no tiene ningún sentido ¿verdad?
Captó una sombra de duda que recorrió su mirada. Se tendió sobre la cama boca abajo suspirando y apagó la luz.
Ella miraba el despertador, eran las seis menos catorce minutos.
-¿Y si fuera verdad? -susurró él-. ¿Y si tú y yo no fuéramos más que los dos personajes de una historia?
-Por favor, calla y duérmete.
Ella no cambió su posición, puso sus manos debajo de la almohada y miró de reojo el despertador. El brillo verde de los números molestaba a la vista, sobretodo a las cinco y treinta y dos minutos de la madrugada.
-En las películas es el momento en el que ambos se fuman un cigarrillo -dijo ella volviendo la vista hacia el techo.
-Pero esto no es una película -contestó él.
-En cierto modo se parece -se puso de costado de espaldas al despertador-. Hemos tenido que pasar auténticas aventuras para que tú vendieras tu novela y acabáramos juntos los dos.
-Sí, y viviremos felices hasta que nos demos con la puerta en las narices.
-No seas cínico -le puso la mano en la mejilla y le besó.
-Siempre creí que los finales felices sólo se daban en los cuentos y en las novelas.
-Siempre hay algunas excepciones -murmuró ella.
-No las hay, nunca hay finales felices -dijo mirándola fijamente.
-Conozco a gente que con más de ochenta años de vida y más de cincuenta casados se quieren tanto como el primer día.
-Te dicen que se quieren como el primer día, porque teniendo en cuenta lo que les queda de vida les gustaría morirse con esa idea.
-Eso no es cierto -contestó-. ¿Por qué no crees que el amor puede perdurar siempre?
-Porque el amor es como un ser vivo. Nace, crece, envejece y muere. Y hay veces que por accidente muere antes. Puede llegar a vivir mucho tiempo pero nunca indefinidamente.
-Que poco romántico eres -dijo ella poniéndose boca arriba.
-No es cuestión de romanticismo sino de realidad.
-De todos modos hay muchas novelas que acaban mal, como en la vida.
-Sí, yo he escrito algunas de ese tipo -dijo él.
-Luego tanto en la vida como en las novelas hay finales buenos y malos.
El frunció el entrecejo, como si de pronto una idea olvidada hace mucho tiempo volviera de nuevo con todo su esplendor.
-¿Qué pasa? -le preguntó ella.
-Pensaba en lo que acabas de decir. "Tanto en la vida como en las novelas hay finales buenos y malos".
-Sí, qué pasa.
-Imagínate una historia muy realista, que acabara como suele acabar en la vida real.
-No sé muy bien que es lo que quieres decir con eso pero creo que la tengo -dijo ella pensativa.
-Para el personaje de esa historia es algo que no sale de su sentido común.
-No entiendo eso.
-Lo que quiero decir es que no se puede distinguir nuestra realidad de una novela basada en nuestra misma realidad.
-Claro que sí. Nosotros estamos en esta realidad y la otra está escrita en un papel -contestó ella.
-Pero para el personaje de la novela esa realidad es tan real para él como para nosotros es la nuestra.
Ella se incorporó, apoyó su espalda en la cabecera de la cama y cruzó los brazos.
-Me gustaría que me dijeras a dónde quieres llegar.
-Verás, hace tiempo, tendría unos dieciocho años, se me ocurrió una curiosa idea y la escribí en forma de historia corta. Cuando la terminé se la llevé a una amiga que por aquel entonces era una especie de profesora de textos libres que me daba su opinión sobre lo que yo escribía. Recuerdo que se titulaba "El escritor" pero no recuerdo los detalles del argumento.
-No importa, dime más o menos de qué trataba -dijo ella con mucha curiosidad.
-Trataba de un escritor que escribía una historia en la que el protagonista descubría que era el personaje de una historia. Esa idea que él había imprimido en su personaje le fue transmitida a él y empezó a darse cuenta de la tremenda posibilidad de que él también fuera el personaje de una historia, lo que efectivamente era cierto.
-Y si no me equivoco -dijo ella-, para continuar la cadena, ese personaje te ha transmitido a ti que tú eres el personaje de una historia.
-Exactamente -contestó de manera rotunda.
-Pues me parece una estupidez.
-¿Por qué es una estupidez? -preguntó él algo molesto.
-Pues por la sencilla razón de que tu personaje se dio cuenta que lo era sólo porque tú escribiste que se daba cuenta.
-Efectivamente. Yo le he dado la oportunidad de que supiera que es el personaje de una historia. Es un conocimiento que los autores no le dan a sus personajes. Para ellos la vida es real porque el autor no les deja que sepan lo que hay más allá de su realidad.
-Eso está muy bien para tus personajes, pero nosotros somos seres reales.
-¿Cómo puedes asegurarlo? -le preguntó él-. Puede ser que seamos los personajes de una historia y que el autor de la misma no nos dé la oportunidad de saber que lo somos. Como no lo sabemos, para nosotros la vida es tan real como para él la suya.
-Espera un momento -dijo ella intentando frenar el ímpetu de su compañero-. Tú me ves y me oyes -puso su mano sobre la de él-, sientes mi mano ¿verdad? No soy un papel ni tampoco tinta, ni letras, ni palabras. Soy de carne y hueso, ¿cómo voy a ser el personaje de una historia?
-Pues por la sencilla razón de que yo te veo, te oigo y siento tu mano porque alguien ha escrito que eso ocurra así. Y puede que en estos momentos alguien esté leyendo lo que tú y yo estamos diciendo.
Ella lo cogió de las mejillas y lo miró fijamente a los ojos.
-Sabes perfectamente que lo que estás diciendo no tiene ningún sentido ¿verdad?
Captó una sombra de duda que recorrió su mirada. Se tendió sobre la cama boca abajo suspirando y apagó la luz.
Ella miraba el despertador, eran las seis menos catorce minutos.
-¿Y si fuera verdad? -susurró él-. ¿Y si tú y yo no fuéramos más que los dos personajes de una historia?
-Por favor, calla y duérmete.
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