viernes, 17 de febrero de 2012

Latos relatos (III): Un poquito de suerte

Siempre he sido un tipo sin suerte. El típico que llega cuando el tren se va, que descubre demasiado tarde que no queda papel en el baño, al que le cagan las palomas entre un millón de personas, el que se cambia al carril que no se mueve, el que elige la manzana podrida y lo descubre después de darle el bocado, al que le hacen un control de documentación el único día que se olvida la cartera, al que se le parte la llave en la cerradura del coche diez minutos antes de una reunión importante... y así podría seguir durante siglos.

Pero aquella mañana...

Aquella mañana compré todas las papeletas del bombo de la desgracia. El típico día que se va mascando la tragedia y no eres capaz de dejar de correr hacia el abismo.

Era el aniversario de la empresa donde trabajaba y mi jefe, aprovechando que yo era uno de los empleados más antiguos, me había hecho un maravilloso regalo: realizar un discurso resumiendo mis años de estancia en la compañía. Mi público sería toda la plantilla, amigos, enemigos, compañeros conocidos, mi jefe, el director, el presidente y hasta los vigilantes con los que tantos altercados había tenido a lo largo de mi vida profesional convirtiéndome en objeto de sus burlas y desahogos.

martes, 14 de febrero de 2012

Visan Valentín

Fue aquel frío día de Navidad paseando por las ramblas de una vieja avenida cuando te vi por primera vez. Brillabas con luz propia convirtiendo la noche en día, iluminando mi rostro perplejo por tu magnificencia. Seguí mi camino prometiéndome regresar con la esperanza de volver a encontrarme contigo. Las noches que siguieron retuvieron tu imagen en mi mente, permitiéndome imaginar cómo eras por dentro, inventarme los tesoros que me tenías reservados si me permitías formar parte de tu mundo.

Y el destino quiso que los meses posteriores mi camino al trabajo me permitiera cruzarme contigo. A veces simplemente te miraba al pasar reduciendo mínimamente el paso, otras en cambio me detenía para observarte detenidamente. Entonces fue cuando sin decirnos nada tú y yo convertimos esos encuentros en algo más. Una simbiosis en la que tus días pletóricos me llenaban de felicidad y los días que te inundaba el vacío me entristecían el corazón.

Los dos ya éramos casi uno, pero aún faltaba por dar el último paso, el más importante,la consumación de encuentros y desencuentros, la contastación de nuestro amor. Y fui yo quien se lanzó aquella tarde de San Valentín en el que mis sueños se hicieron realidad. Desvelados millones de secretos en los que reí, me maravillé y disfruté cuando por fin entregándo mi corazón y mi alma me adentré en ti...

Ha pasado mucho tiempo desde aquel inolvidable día, pero seguido de largos y continuos reencuentros pues nunca, desde entonces, perdimos la costumbre de volver a reunirnos en todas las ocasiones posibles, Navidad, Reyes, el día del Padre, de la Madre, el día del libro, la vuelta al cole, las rebajas de enero, los ocho días de oro, la llegada de la primavera, la moda otoño-invierno, la semana de China, los cofres de tu cumpleaños y, por supuesto, San Valentín.

¡Te quiero Cortinglés!