miércoles, 3 de agosto de 2011

El amor es ego


Entre las miles de cartas que recibo a diario de mis acérrimos fans se pueden distinguir dos categorías principales. Una en la que un lector me incita a hablar un poco más de mi persona para que la gente me conozca mejor, y las amenazas de muerte.

Así que para agradar al 50% de las categorías de mis lectores voy a hablar de mí mismo. Pero más concretamente de mi yo interior como ente interno intrísicamente embebido dentro de mí mismo.

Pues bien, todo esto viene por la célebre frase "Conócete a ti mismo". Un psicólogo te dirá que conocerse a sí mismo te permite ser consciente de tus defectos para corregirlos y de tus virtudes para aprovecharlas. Un psiquiatra te dirá lo mismo pero añadirá doscientos euros a la factura. Resumiendo, el conocerte hará que te quieras más a ti mismo y menos a tu economía.

Pero "quererse a sí mismo" suena ridículo. ¿Qué clase de amor es ese? ¿Pasión eterna, amistad incondicional, sexo de diez minutos en un cuarto de baño? Y ahí radica la cuestión: si yo no me gusto físicamente y ni siquiera me caigo bien, no tengo razones para quererme. Así que he llegado a la conclusión de que debería hacerme rico y quererme por dinero. 

Entre mis cartas algunas fans, seguramente celosas, me preguntan si tengo novia. Cuando les respondo que sí, suelen volver a escribir para preguntar: "¿ella lo sabe?". Pues sí, listillas, lo sabe. De hecho es una preciosa historia de amor que abrirá los ojos a más de uno y de una sobre los misterios que guarda este sentimiento tan maravilloso y caro.

La primera vez que la vi quedé tan prendado de ella que lo primero que hice fue invitarla a un café. Con gran sensibilidad rechazó mi propuesta a causa de no se qué "olor nauseabundo" que yo despedía. Posteriormente la invité a comer, a cenar, a beber, a fumar, a jugar a la xbox... y en todas las ocasiones ella me respondió con un sincero: "Vete a hacer gárgaras con ácido sulfúrico."

A pesar de los obstáculos yo sabía que este era el amor que el destino me reservaba, así que en lugar de rendirme aumenté mi persistencia. La llamé, le escribí correos con poemas, le envié flores, le canté serenatas y le extendí cheques al portador.

Viendo que nada de eso era suficiente, decidí lanzarme al ataque definitivo. Así que la seguí, la acosé, la chantajeé, la amenacé, la secuestré, la drogué, la torturé... y cuando todo eso no parecía ser suficiente, ella me cogió cariño.

Desde entonces hemos sido una pareja como las demás. Con nuestras cosas buenas, nuestros desencuentros, nuestros vaivenes, nuestros altibajos. Y al final sé que seremos muy felices... a pesar de esa molesta orden de alejamiento y el arresto domiciliario.

0 comentarios: