lunes, 8 de agosto de 2011

Sonetone

Entre el correo recibido, hay muchos comentarios sobre cierto tufillo machista que rezuman las composiciones del escritor Andy Trueman. No es un secreto que Andy tenía cierto grado de misoginia debido en parte a la educación machista de la época, a la mala experiencia que tuvo con las mujeres a lo largo de su vida, y a que madre le obligó a llevar corsé hasta los doce años.

Un ejemplo de sus fallidos romances es el que vivió con la Condesa Talkby D. Elbows, una encantadora jovencita de la aristocracia austrohúngara y descendiente de un militar inglés que quedó prendada de algunas obras de Andy Trueman, hecho que llenó de preocupación a sus padres hasta que descubrieron aliviados que no sabía leer.

En un baile celebrado en Viena, ambos jóvenes tuvieron la oportunidad de conocerse y mantener una larga charla principalmente conducida por ella. Andy quedó encantado por la multitud de conversaciones que la Condesa era capaz de llevar adelante. "Incluso dos o tres a la vez", comentó sorprendido el autor, "una de ellas la mantuvo sola mientras yo fui al baño", añadió.

Cuando la amistad de ambos dio un paso más allá y les llevó a compartir alcoba, Andy comprendió, demasiado tarde, que lo que él consideraba: "una jovencita de amena tertulia" era en realidad un "monstruo de fabricación incesante de palabras". Durante los meses que duró la relación, Andy enfermó debido a la falta de sueño pues ella no paraba de hablar ni siquiera de noche.

Pero un trágico final les esperaba, la Condesa Talkby falleció poco tiempo después por inanición. "No paraba de hablar ni para comer" explicó un conmocionado Andy. A partir de este suceso, le dedicó su siguiente libro: "Las últimas palabras de la Condesa Talkby" dividido en 102 tomos.

A continuación reproducimos un soneto compuesto por Andy en una de las largas noches que compartió con la tristemente desaparecida condesa, titulado "Soneto al silencio de un hombre hastiado" o también llamado abreviadamente por sus siglas "Sshh".

Escucho su voz en la lejanía,
como pérfido mal que el viento espanta,
herida en el aire de su garganta,
muérese derrotada la afonía.

Cuántos sueños en la noche tenía,
cuántos acabados bajo la manta,
porque la fuerza en su boca era tanta,
que sólo improperios le componía.

¡Oh Señor! Si la luz tu fabricaste,
solamente con haberla pedido
¿por qué con el silencio no intentaste?

Hastiado y desesperado te pido,
así como en los ojos me otorgaste,
colócame párpados en el oído.

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